MONOS (2019)


Creo que es una película colombiana que tiene el mérito de suavizar ese lenguaje suprema mente ficticio que nosotros todos, reconocemos como “actuación colombiana de cine”: hablar lento, silencios incómodos raros, porque realmente los colombianos no hablamos así. Lo tiene, pero lo hace entretenido, impulsado por una presentación brutal y un lenguaje de cámaras único y potente. Tampoco se siente como el típico videoclip de banda alternativa. 

La historia entra por los ojos, por que ver tan reflejado nuestra geografía, con una narración sólida en ella y con ese formato es un mérito. Me parecería poco decir que es la película más bonita en cinematografía de la historia de este país. Por ahí gana muchos puntos.

También gana por las actuaciones, el ritmo que deja de sobrevalorarse en la exposición. Ya que siguiendo con la línea de las particularidades del cine colombiano, a este le gusta extenderse dejando los planos quietos y en silencio sin mostrar nada realmente importante, llegando al vacío de fondo. Sí, también los tiene (como aquel en donde Leidy se está bañando) pero no se regodea, las escenas funcionan. 

La historia avanza impulsada por su tono tan estimulante, los personajes importan con sus respectivas peculiaridades y van ganando matices e importancia. Es una dirección a la que le importa mucho darle una forma a un fondo ligero. A veces también se desvía, se pierden sentimientos cerca del final, no le interesan no hace contextos y uno que otro suceso me parece injustificado, sin base, sin introducción, como dejado ahí en el viento. Luego el carisma del conflicto entre los personajes gana y la actuación de Moisés Arias arroya y se lleva por delante toda la película. Marcela Buenaventura bien dirigida y hasta un poco seca como Rambo, logra perfilarse como un talento en bruto increíble y es por ella que el espectador logra sentirse por fin compenetrado en este nido de eventos perversos. El escenario es increíble y todo llega a interesar mucho con detalles impactantes y el entendimiento de ese lenguaje de director de Alejandro Landes. Va más allá del entretenimiento, funciona espectacular. 

Sin embargo, como logra todo eso, me parece frustrante decir que tiene un abierto final que se cierra mal sobre el personaje de pata grande, que necesita de algo más claro y que impacte al espectador porque sus silencios son demasiado pesados en la inversión que hace este mismo. Pata grande es villano, pero esa pregunta del final sobre el futuro de los personajes reduce todo el trabajo realizado. Los finales abiertos, creería, son para otros cosas. No cierra de hecho. 

Podemos intuir lo que paso al final con cada mono, pero en lenguaje de cine, intuir necesita de ver. El cine colombiano ya encontró plata, estilo, formas y fondo y sobre todo espectáculo, pero hace falta mucho para encontrar finales. 

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