MANCHESTER BY THE SEA (2016)


Manchester by the sea es una de mis películas favoritas pese a que buena parte de su duración tiene una compleja idea que ronda el apego de un personaje protagonista que está roto y es un hijo de puta. Es difícil conectarse y toma casi 40 minutos entender la gran cantidad de matices que abordan todos los personajes por medio de todas las decisiones de la dirección. 

Sin embargo, Manchester recibió el aplauso de la crítica porque hace muchas cosas bien: mezcla la cotidianidad con el humor de lo incómodo de las conversaciones difíciles de hacerse, mete flashback del pasado sin ningún miedo de que el espectador se pierda, apaga la música muchas veces, alarga las tomas de fotografía sobre los paisajes de la ciudad y el mar, en un reflejo de “hombre solo en un mar intranquilo”. Es una historia de invierno y habla de dos cosas fundamentales: primero habla de la masculinidad, de lidiar con un nuevo rol masculino en donde el personaje de Lee sufre por una tragedia y por amor, algo reflejado en no tener ni puta idea de qué hacer con las mujeres que se le acercan, pero que no quiere herirlas, porque sabe que está roto. Y en segundo lugar y más importante es una historia de lo que hacemos los vivos con la muerte de nuestros más cercanos: no hay madre de Lee, este termina de lidiar con la muerte de su padre, y empieza la película con la muerte de su hermano, no hay más lágrimas. Hay mucha presencia de la muerte, y para Lee es una más en este pozo de dolor en el que está sumergido. Solo en la mitad aparecen las más fuertes. 

Decía mas arriba que Lee es un personaje roto, no hay ninguna empatía con su personaje, pero Kenneth Lonergan, que fácilmente puede contar lo del incendio al principio, lo hace en toda la mitad para que el impacto sentimental sea más duro. Ahora entendemos, ahora sabemos por qué está roto, en el giro de “ahora sé por qué es un hijo de puta” se le imprime muchísimo al resto. En esa escena el ritmo aumenta, la música la aborda, las miradas perdidas van y vienen, el silencio de los protagonistas se hace evidente y el flashback en tramos va martillando el drama. Pasa el incendio, y luego la escena en la mesa de interrogación, la música sube. Genialidad del estado de gracia de Affleck, y de Lonergan. Y luego en la exploración de los sentimientos vienen muchas escenas de un tercer acto durísimo, entre la escena de la nevera, el encuentro con Randi en las escaleras y la conversación con Patrick en la mesa. Y el final luce como un final feliz pero no es un final feliz. 

“No puedo superarlo” dice Lee. Sí, aceptar que no todos somos un mar de felicidad y positivismo pero que la vida es bellísima y hay razones por seguir (Patrick) y que tenemos que cargar con algo pesado, es una de las lecciones de lo que tal vez sea una de las mejores películas de la década pasada.

★★★★★ 

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